Pinkprint #05: De qué tienes miedo
Estamos
en Halloween. Época que vivimos revestida de calabazas, murciélagos y pelis de
terror cuando por debajo se revuelve una masa informe de acontecimientos y ominosas
perspectivas que harían palidecer a Lovecraft y a todos sus dioses primigenios
encabezados por Cthulhu.
Podríamos
atrincherarnos en casa rodeados de ajos, crucifijos, chuches y palomitas ante
lo que venga, pero yo prefiero encarar el miedo de la mano del pensamiento con
una torre de libros de Pilar Jericó, Rafael Hidalgo, Byung-Chul Han, Eduard
Punset, Inazo Nitobe o Eknath Easwaran. Me parece más productivo y, sobre todo,
fructificador.
Miedos a mí
Existen dos tipos de miedo: el introspectivo y el
extrovertido. Quizá el que menos experimentamos es el introspectivo: es un
miedo abismal y profundo; un vértigo ante el umbral de lo desconocido, en la
confrontación con la nada, con el dejar de ser. El miedo introspectivo es una
fuente potencial de reflexión. Es un miedo
fructificador (no productivo –de este hablaremos después–) que surge de la confrontación
con lo inconcebible, lo ignoto, lo que no tiene identidad y que es antitético a
nuestro “ser”. (1)
Y luego
está el miedo extrovertido, el cotidiano, el que está latente y se disimula
bajo una capa de estrés. Es un miedo
corriente y asumido porque en estos tiempos de sobreabundancia de mal
llamada información, conocemos tanto que, parece, hay poco a lo que temer pues
incluso lo malo-malo ya nos resulta familiar… y quizá irresponsablemente asumible.
¿Un
ejemplo? La “crisis”. Está en la raíz del término su carácter momentáneo,
puntual y excepcional, pero la hemos convertido en la amenaza omnipresente de
un cambio (a peor) y nos estamos acostumbrando a vivir con ella.
Este tipo
de miedo cotidiano es tan coercitivo
que, sin darnos cuenta, está afectando no solo a nuestro comportamiento –nos
volvemos más cautos y conservadores–, también está cambiando nuestro cerebro: la principal herramienta que
tenemos para gestionar el miedo.
Según leo
en un artículo del blog “Más vale pensar que contar” del psicólogo José del
Castillo: un estudio realizado durante veinte años y publicado el pasado 2 de
octubre afirma que la volatilidad de los
ingresos se está convirtiendo en un problema de salud… mental. Existe
relación entre esa falta de seguridad económica y un peor rendimiento del
cerebro para procesar información y ejecutar sus funciones. (2)
Ahora no
solo tenemos enfermedades degenerativas que prevenir sumadas a la presión
global por allanar y simplificar las cosas tanto que no tengamos que “pensar”,
también tenemos un estrés cerebral permanente que combatir para protegernos de
la desidia, de la mediocridad y, en última instancia, para sobrevivir. (3)
El miedo ambiente
Vivimos
rodeados de cosas, situaciones, que, si lo pensamos, dan verdadero miedo. Sin
embargo, lo que (re)conocemos como miedo, lo experimentamos solo puntualmente.
El miedo
nos da la medida de lo que somos y podemos. También nos confronta a lo que no
somos ni podemos. Y en esa frontera de “lo que no podemos alcanzar” nos
encontramos con la muerte. Pero no la muerte física o espiritual, que es otra
forma de realizar nuestro “ser” dejando de “estar”; en ese límite o limitación tenemos, y tememos, la muerte productiva:
un espejismo provocado por esta sociedad utilitarista donde no cuenta lo que realmente
“somos” sino lo que “representamos para”. Una sociedad aparentemente más
integradora y “diversa” pero con un reverso tenebroso: la marginación de los realmente
disonantes; aquellos que dejan de encajar con el apropiado patrón económico,
profesional, relacional, laboral, de capacidades, de habilidades, de
adaptación, de edad… de pensamiento.
Hace no
mucho conocimos la “aporofobia”, un término nuevo para una sensación harto
conocida: aversión hacia quienes sufren pobreza económica.
Derivada
o relacionada con esta aporofobia, hay también otra situación ante la que
experimentamos aversión: la del desempleado. Nos incomoda tenerla cerca.
Esta
suerte de “parofobia” representa bien esa muerte productiva a la que todos estamos
expuestos si nos hemos de enfrentar a un despido, una reconversión o la amenaza
que supone la inestabilidad de nuestros ingresos.
En la
muerte productiva, y su “parofobia” asociada, confluyen los cuatro motivos
básicos de ese miedo a cambiar que
todos afrontamos:
·
la NO-SUPERVIVENCIA:
carecer de los recursos para enfrentar las necesidades básicas
·
el FRACASO: no cumplir
con las expectativas y perder el respeto ganado
·
la PÉRDIDA de PODER:
dejar de tener el control, carecer de mando e influencia
·
y el RECHAZO: cambiar
la pertenencia al grupo por la marginación
Vamos de miedo
Cuando
nos amenaza un cambio –y también cuando “creemos” que nos amenaza un cambio–,
la configuración del cerebro hace que ese estímulo pase antes y con más fuerza
por su parte cerebral más emocional y reactiva: el sistema límbico, donde
reside la protección del ego. Cuando el estímulo, tras llegar al neocortex (la
zona más creativa y lógica de nuestro cerebro), recibe una respuesta crítica o
reflexiva ya llevamos un rato reaccionando emocionalmente con miedo.
En ese
punto es donde este miedo extrovertido se
bifurca en dos sentidos: el productivo y el tóxico. ¿Adivinas cuál te conviene
más en esta sociedad donde tanto se valora la productividad?
El miedo productivo es equilibrante: es positivo y creativo pues tiende a la
integración; puede controlarse, lo que lo hace puntual, y por su carácter
alarmante tiene un efecto de salvaguarda, protector.
El miedo tóxico más que negativo es destructivo, nos margina tanto de
nuestros iguales como de los otros y nos aísla; su efecto es coercitivo e
infeccioso, nos bloquea; y para colmo se prolonga en el tiempo encerrándonos en
un ciclo de ofuscación y temor creciente que acaba en pánico.
Comentando
este tema con el psicólogo, y amigo, José del Castillo, me ofrece una
ilustrativa reflexión sobre de Hugo Bleichmar las fobias donde se «apunta que no sólo se teme al objeto fóbico
por su supuesto peligro, sino que a la par se da una imagen devaluada de la
persona fóbica. Los perros pueden provocar un miedo irracional, no solo por su
posible peligro objetivo, sino porque "sabemos" que no podemos
hacerles frente. Hemos interiorizado una "minusvalía"».
Esa podría
ser la razón, volviendo al tema de la “parofobia”, por la que podemos llegar a
creer que no seremos capaces de encontrar un trabajo o ganar el salario que ganábamos:
nos precipitamos a auto-devaluarnos en lugar de auto-evaluarnos.
La
configuración de nuestro mundo por medio del lenguaje tampoco viene a ayudarnos
mucho. José del Castillo comparte otra reflexión, esta vez de Luis Cencillo, «sobre la importancia del lenguaje en la
creación de nuestro mundo. Por ejemplo, el triunfo está en función del aplauso
de los otros, mientras que el éxito está en función del logro nuestras metas,
sin embargo el éxito sin triunfo se convierte paradójicamente en un fracaso.»
Si obtenemos
reconocimiento social pero no nos reconocemos cumplidores de nuestras metas ya es
malo. Pero si cumplimos nuestras metas y no conseguimos una percepción de éxito
social podemos creer, sin serlo, que es peor.
Antes éramos
nosotros mismos los que nos devaluábamos, ahora el mundo, con su manera de expresar
los hechos nos “da” la razón.
Próxima salida: motivación
Contra el
miedo tóxico no cabe más que salirse por
la tangente de ese ciclo o espiral de espanto donde la amenaza bloquea
nuestro pensar, paraliza nuestras decisiones y acciones, nos agobia físicamente
y nos hace ver, aún más grande, la amenaza y sus, supuestas, consecuencias.
La
aniquilación que provoca el miedo es el reverso oscuro de nuestra motivación… y
viceversa. Al descubrirnos en un ciclo de miedo hemos de encontrar la
motivación para dar el paso, los cinco
pasos, que frenarán la incontinencia de emociones y reacciones.
1] Asumir la realidad y aceptar el miedo:
Un
recurso fundamental para provocar la disrupción y coger a tiempo la salida de
esa carretera al infierno que lleva al pánico es tener (y recitar) un mantra,
una frase, utilizar un gesto o una acción que desvíe nuestra atención del miedo
y nos permita recuperar la calma para pensar con serenidad. “El que canta, sus miedos espanta”, dice
nuestro refranero.
Frank
Herbert escribió en 1965 para su novela “DUNE” una fantástica letanía:
“No debo tener miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción
total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y
cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde
haya pasado el miedo ya no habrá nada. Sólo estaré yo.”
2] Relativizar y analizar la situación:
¿A qué le
temo? ¿Por qué? ¿Es justificado o injustificado?, ¿hasta que punto la situación
puede coartarme? Distinguir lo que
podemos controlar de lo que no nos da un margen para enfocarnos en el
problema a resolver y salir del bucle. Al erudito hindú del siglo VIII,
Shantideva, se le atribuye esta reflexión que coincide con el pensamiento de
filósofos estoicos como Epicteto:
“Si puedes solucionar tu problema, ¿qué necesidad hay de
preocuparse?
Y si no puedes solucionarlo, ¿qué utilidad tiene el preocuparse?”
Y si no puedes solucionarlo, ¿qué utilidad tiene el preocuparse?”
3] Contemplar y valorar las opciones:
El
teólogo Reinhold Niebuhr, alrededor de 1935, sintetizó en su “Plegaria de la
serenidad” la clave de un método eficaz para actuar frente al miedo:
“Señor, concédeme
serenidad para aceptar todo aquello que no puedo cambiar,
fortaleza para cambiar lo que soy capaz de cambiar y
sabiduría para entender la diferencia.”
Templanza, discernimiento y decisión. Descartado lo que no está en nuestra mano evitar
deberíamos enfocarnos en recopilar y ordenar las opciones para responder a esa
amenaza que nos asustó. Y lo más fácil es disponerlas en forma de matriz o
tabla donde las filas (números) representan las diferentes opciones y cada
columna (letra) es una tarea o fase del proceso.
Imaginemos
que la amenaza es el desempleo, para encontrar trabajo se podría componer una
tabla de opciones –las más complejas arriba, las más simples debajo– como la
siguiente:
1.
(Montar un negocio)
-> 1A: Valorar sector y viabilidad; elegir entre propio o franquicia
->1B: Definir idea, modelo y plan de negocio -> 1C: Buscar y conseguir
financiación o subvenciones
2.
(Autoempleo) -> 2A:
Crear mi marca y registrar mi dominio ->2B: Definir mi producto y compilar
un porfolio -> 2C: Publicarlo en mi sitio web
3.
(Tirar de contactos) ->3A:
Presentar mi propuesta en un PPT -> 3B: Recopilar emails y perfiles en
Linkedin de mis contactos à 3C: Compartir con ellos mi presentación
4.
(Búsqueda activa)
->4A: Definir mi propuesta en un CV -> 4B: Seleccionar empresas objetivo
y personas de contacto à 4C: Remitirles un email personalizado
5.
(Búsqueda pasiva)
-> 5A: Crear perfil en redes y webs de empleo ->5B: Activar su servicio
de alertas para mi perfil -> 5C: Revisar a diario su tablón de ofertas y sus
emails
4] Elegir/priorizar una opción y definir sus objetivos:
Una vez
que conocemos las opciones ya podemos dejar de preguntarnos “¡¿Qué hago?!,
¡¿qué hago?!” para elegir qué opción atacamos y empezar a trabajar en el cómo
hacerlo.
La receta
que el experto en ventas Elmer “Mr. Sizzle” Wheeler utilizaba en los años 40 para
vender a los demás bien puede aplicarse a uno mismo: Demos por supuesto que nuestro
yo está ya en posición de decidirse a actuar; tratémonos como un cliente al que
hay que seducir más que atosigar; menos imperativos y más sugerencias, menos
exclamaciones y más preguntas bien dirigidas. Como Elmer Wheeler decía:
“Se pescan más peces con anzuelos (¿) que con palancas (¡)”
“Se pescan más peces con anzuelos (¿) que con palancas (¡)”
Preguntémonos
cuál de las opciones es prioritario acometer o nos conviene más y convenzámonos
(4). Si no creemos en nuestro propia productividad ¿cómo vamos a conseguir que se
la crean los demás?
5] Planificar y comprometerse con su
ejecución:
Decidida
cuál es nuestra mejor opción o la más prioritaria nos damos cuenta de que hace
un buen rato que dejamos el miedo atrás y a cambio estamos enfocados
planificando la solución.
Métodos
hay muchos: desde la sencilla “Matriz de Eisenhower” de Stephen J. Cowey a los
flujos de trabajo GTD (“Getting Things Done” de David Allen), el MPS de Sally
McGhee o el sistema Kanban de Toyota. (5)
Los hay
más o menos complejos y algunos parecen un diagrama de programación informática,
pero todos vienen a coincidir en una serie de puntos:
1.
Recopilar la
información necesaria para ejecutar esa opción.
2.
Discriminar las tareas
según se puedan acometer o no, descartando, postergando o reservando lo
no-accionable.
3.
Priorizar dentro de lo
accionable distinguiendo lo urgente, de lo importante y lo relevante.
4.
Organizar los asuntos
a encarar poniéndoles fecha y haciendo de los más grandes módulos accesibles para
acometerlos, de uno en uno, atacando los más complejos primero.
5.
Revisar que no hayamos
asignado un orden inapropiado en importancia a alguno de los asuntos para no
entorpecer o frenar el proceso
6.
Y comprometerse
seriamente con la tarea que responderá a la amenaza que nos asustó.
El foco
en un objetivo y el compromiso nos ayuda a cambiar ese miedo tóxico por un
miedo productivo. Escapamos del descontrol provocado por el miedo y entramos en
una situación de AUTOCONTROL: ese “imperio sobre uno mismo” que reclama el
bushido japonés; esa “enkrateia”, versión griega de esa misma virtud.
Enraizados
en el autocontrol e impulsados por la autoconfianza estaremos en una posición
más sólida para afrontar los cambios; más productiva para la sociedad, para el
estado y para el mercado, sí, pero principalmente más beneficiosa para nosotros
mismos. Y alejados del ciclo del miedo tóxico estaremos en mejor disposición emocional
y mental para afrontar las cosas que realmente asustan, porque, verdaderamente,
si se sabe mirar el mundo da mucho miedo.
Reconocer
la responsabilidad y disposición que tenemos para intervenir en él, para cruzar
el umbral y salir de la “poco confortable zona de confort” en la que nos hemos
instalado nos debería dar mucho más.
¡SuS!
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Más info:
(1) Las
conclusiones de este artículo surgen de la lectura de diferentes autores:
·
Byung-Chul Han, “La
Expulsión de lo Distinto” https://www.herdereditorial.com/la-expulsion-de-lo-distinto
·
Pilar Jericó, “No
Miedo, en la empresa y en la vida” https://www.planetadelibros.com/libro-nomiedo/118618
·
Rafael Hidalgo
Navarro, “Empresarios y Samurais, Aplicaciones del Bushido a la Estrategia y
Gestión Empresarial” https://www.ecobook.com/libros/empresarios-y-samurais-aplicaciones-del-bushido-a-la-estrategia-y-gestion-empresarial/9788496877245/
(2) Encontrado en el artículo de José del Castillo
en su blog “Más vale pensar que contar”:
https://mas-vale-pensar-que-contar.blogspot.com/2019/10/continuamos.html
https://mas-vale-pensar-que-contar.blogspot.com/2019/10/continuamos.html
“Relation between 20-year income volatility and brain
health in midlife, The CARDIA study” Leslie Grasset, M. Maria Glymour, Tali
Elfassy, Samuel L. Swift, Kristine Yae, Archana Singh-Manoux,
Adina Zeki Al Hazzouri
https://n.neurology.org/content/early/2019/10/02/WNL.0000000000008463
https://n.neurology.org/content/early/2019/10/02/WNL.0000000000008463
(3) Alain
Deneault: “Mediocracia, cuando los mediocres llegan al poder”
Encontrado en el artículo de Rodrigo Terrasa en el diario El Mundo:
“La sociedad del sándwich mixto: por qué los mediocres dominan el mundo”
http://www.elmundo.es/papel/historias/2019/09/03/5d6ea47d21efa076048b4612.html
(4) En un
Pinkprint anterior, “Si… o Sí”, ya tratamos sobre cómo hacer más eficiente
nuestra toma de decisiones.
(5) Artículos sobre la Matriz de
Eisenhower el GTD y el MPS en el blog de hábitos productivos de Jeroen Sangers:
Más información sobre el GTD Framework y la herramienta Flow-e
para un Kanban personal:
https://flow-e.com/gtd/workflow/
https://flow-e.com/gtd/workflow/
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